miércoles, 9 de febrero de 2011

DE CÓMO SIN TENER LA ALEGRIA POR APRENDER FÍSICA, LA PERDÍ

Fue tan sólo verlo llegar a décimo c, para darme cuenta que lo que decían mis demás compañeras de grados superiores por los pasillos del colegio sobre él  era cierto. Un tipo totalmente loco. Llevaba ambas manos ocupadas, en la mano izquierda cargaba un plano inclinado y en la mano derecha llevaba varios cubos de madera. También recuerdo lo primero que dijo “Buenas tardes ingenieras”, paso seguido un largo silencio invadió el salón por completo. Comenzó la clase describiendo el plano inclinado, hablando de seno, coseno, tangente. En ese mismo instante creo que mi mente y mi alma  se encontraban en otra parte menos en la clase de Física. Recuerdo que hacía que los cubos se deslizaran por aquél plano que supe odiar por el resto del año, preguntaba por la fricción, por la masa, por la tierra, por el espacio, por la trigonometría, pero yo no entendía nada de lo que decía, así que desde la primera clase supe odiar la física, tal vez fue falta de entusiasmo por parte mía. Escuché el timbre a eso de las 3:10 de la tarde, claro mi maleta ya estaba lista y fui la primera en salir del salón rogué al cielo por no tener que volver a esa clase de dos horas seguidas. Pero por más que rogué mi deseo no se cumplió.
En la semana lo veía casi todos los días, entre él y yo se cruzaban unas cuantas miradas de sinsabor que cada vez eran más seguidas. Lo bueno de esta historia fue que nunca se logró a aprender mi apellido y mucho menos mi nombre así que me salvaba de las temibles preguntas que surgían del plano inclinado y de la existencia de la física.
Pero llegó el día de la primera paradoja, esa terrible palabra que todas odiábamos, porque ni siquiera conocíamos su significado. Pasé al frente junto con mis dos compañeras, respiraba profundo pero mi corazón latía cada vez más rápido y no lograba calmarme. Trataba sobre el equilibrio, el pivote y las masas. No sé ni cómo hable, cómo me expresé lo que sí sé fue que sacamos 15/15 quien sabe cómo pasó pero me sentía alegre por mi resultado. Siguieron los trabajos que parecían “didácticos” un calendario diario de paradojas, un anexo de preguntas eternas, un laboratorio para experimentar situaciones de la vida cotidiana que nunca pude comprobar y una evaluación cuyo objeto era evaluar el saber de las estudiantes pero que nunca fue así puesto que evaluaba era el no saber.
Pasó el primer periodo y llegó el día de las notas, asustada como siempre escuché mi apellido, pasé a su puesto y lo único que escuché fue que saqué 77 sobre 100, había perdido pero ya no había nada que hacer, me faltaron tres puntos pero ya lo había aceptado, recibí las hojas de recuperación y me senté en mi puesto muy decepcionada de mi misma, ya que era la primera vez en mi vida que perdía una asignatura.
Decidí comenzar el segundo periodo con el pie derecho, me aguantaba esas terribles clases de física que cada vez se me complicaban más por los temas, pero eso no importo para salir adelante en la materia. El profesor intentaba ser payaso hasta se ponía un ping pong en la nariz, se pegaba contra las paredes para explicar la tercera ley de Newton "acción y reacción", hacía dramatizaciones con el escritorio para explicar la fricción. Tengo que aceptar que nos hacía reír, es más yo era una de las que más me reía a pesar de que él nos hacía sentir como las peores cucarachas del universo con su ego por el cielo y que nadie lograba bajarlo de su nubecita.
Tuve que soportarlo por dos años, décimo y undécimo, lastimosamente se aprendió mi apellido “amiga Cárdenas” me decía, cualquier pregunta que me hacía yo la respondía pero mal, por eso le cogí más miedo a sus clases, me escondía entre mis demás compañeras de salón para que no me viera. Así transcurrió mi último año en el colegio, decepcionada de no saber nada de física o por lo menos eso era lo que me hacía saber el profesor.
Faltando ya pocas semanas para acabar mi periodo de escolaridad y graduarme como bachiller, me di cuenta que el calvito no era tan mala gente como yo lo veía, pensé que iba a extrañar su exquisita colonia de Tabú  que se olía a metros, sus clases de circo cuando se ponía su nariz de payaso, extrañar su metodología que nunca me gustó porque no aprendí algo, en ese mismo instante empecé a quererlo, extrañaría sus salivas que lanzaba sin querer a mi puesto cuando hablaba , su barba tipo candado única e irrepetible, sus zapatos de militar, su único pantalón azul que tenía un botón amarillito en la cremallera cosa que lo hacía ver demasiado gracioso y que cada vez que se lo veíamos con mis amigas nos reíamos y no podíamos parar ,su saco de piyama ya viejo que él decía era para el frío. Es más, creo que nunca lo voy a olvidar y creo que al fin y al cabo logró quererme y yo a él.
Lo más triste de mi historia, es que el profesor que durante dos años me amargó la existencia, no era profesor, no era maestro, no era educador, era un ingeniero electrónico contratado por la Hermana rectora y que nunca logramos que lo echaran del colegio, pues como muchas veces se cree, pensaban que era el más erudito de todos los docentes de la institución simplemente por dictar una clase de física.
Han pasado ya dos meses, después que salí de mi colegio, hace poco me enteré que por fin lo sacaron, sentí una gran emoción al pensar que las próximas generaciones sí aprenderán física o al menos les irá mejor en las pruebas de estado, pero por otro lado sentí un gran sentimiento de culpa al saber que gracias a nosotras él se quedó sin trabajo pero como he dicho siempre   "él se lo buscó” , tal vez nunca lo volveré a ver pero en mi corazón quedó de por vida no sé ni cómo hizo para entrar en él pues todas las veces hablaba mal de él y el de nosotras, pero me dejó una gran enseñanza: “valorar a cada persona por lo que hace, por sus esfuerzos de enseñar y por querer formar una sociedad cada vez más estudiada”. Además, es claro que nunca le caeremos bien a todas las personas o si no, no existiría diversidad de pensamientos y de culturas, no existiría sociedad.
Gracias querido profesor por hacerme odiar la física y por recalcarme día a día que siempre necesité de un profesor extra para enriquecerme en conocimiento porque con él nunca pude aprender algo.

 CAROL VIVIANA CÁRDENAS AMÉZQUITA 
EDUCACIÓN INFANTIL- PRIMER SEMESTRE 
MEDIACIONES COMUNICATIVAS I

DESARROLLO DE UN LENGUAJE BILINGÜE

 Recuerdo, no con mucha exactitud, la época de mi infancia en qué empecé a cuestionarme sobre los oficios de la gente adulta, sobre todo en lo extenuantes que eran, ya que mis padres vivían ocupados en sus trabajos y cuando sentía la necesidad de jugar con ellos porque no tenía con quien, la excusa era muchas veces “estamos cansados”, por esa razón pasé alrededor de diez años de mi niñez jugando sola y pensando que ejercer un oficio cuando creciera tal vez no era muy divertido como mis demás  amigas y compañeras lo veían; así que pasó el tiempo, y a mi vida llegaron dos angelitos llenos de felicidad para mí. No importó la diferencia de edades para jugar con ellas, lo valioso aquí fue el tiempo recuperado en mi vida y  el más feliz que he vivido y que espero nunca acabe.
A raíz de lo anterior, me di cuenta que mi país y el mundo me necesitaban para cumplir con la vocación que se me fue asignada, ser la primera maestra en la vida de un ser humano, un niño que empieza a formarse en una sociedad y a la que le servirá en un futuro. La decisión la tomé hace dos años, cuando me encontraba en grado décimo y desde ahí he venido pensando que mi oficio y mi labor, tal vez,  no sean lo que las demás personas de tu alrededor piensan como algo “aburrido”, sino que por el contrario sea muy enriquecedor para mi vida, sobretodo porque cada niño que pasa por tu vida te deja una gran enseñanza y muy seguramente nunca lo olvidarás.
Pasarán algunos años en los que me iré formando como maestra, pero hoy desde el primer día de clases quiero tener una idea bien formada sobre mi tesis y la argumentación que año tras año le iré dando. Siempre me he preguntado, ¿cómo aprender  un segundo idioma desde tan pequeño, sin ni siquiera lograr desarrollar mi lengua materna? ; ¿cómo lograr hablar, leer y escribir una segunda lengua en un contexto no bilingüe como el nuestro? Unido a esto el no logro de propósitos  como el de pretender una ciudad bilingüe como se suponía en el plan Decenal de educación  para el 2010 meta bastante utópica máxime cuando no se evidenciaron esfuerzos por fortalecer esos procesos en los pequeños  que inician su proceso de formación y que aún hoy continúan sin clases de una segunda lengua. Estas preguntas podrían ser los hilos conductores que me permitirían indagar e investigar  durante el transcurso de mi carrera.

CAROL VIVIANA CÁRDENAS AMÉZQUITA
EDUCACIÓN INFANTIL. PRIMER SEMESTRE